Las Fuentes escritas y sus testigos

Antes de pasar a ver qué entendemos por la resurrección de Jesús y a las apariciones a sus discípulos, conviene que veamos lo relativo a las fuentes históricas que nos hablan de la vida de Jesús, de su crucifixión, muerte y entierro, de su resurrección y de sus apariciones.

Igual que muchos otros especialistas, Richard Bauckham, en su hondo y premiado estudio sobre Jesús y sus testigos oculares, sostiene que los informes de los cuatro Evangelios reflejan los testimonios de aquellos que vivieron directamente con Jesús o recogieron el testimonio de los testigos oculares y, debido a eso, son fieles informadores de la vida de Jesús, de su anuncio del Reino y de su muerte y de su resurrección. El Vaticano II nos recuerda que: “Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes “desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra” para que conozcamos “la verdad” de las palabras que nos enseñan” (DV, 19).

¿Cuáles son, pues, nuestros testigos principales y cuál es, y de cuándo, su testimonio?

El Testigo Pablo de Tarso

Como diremos más adelante, Jesús fue crucificado en abril del año 33. Y Pablo se convierte a la fe cristiana a finales del año 34 o principios del 35. Cronológicamente, Pablo es el primero en dejar por escrito sus testimonios sobre Jesús resucitado, comenzando, en el año 50, por la Carta a los Tesalonicenses y, de modo especial, en el año 55, en la Carta primera a los Corintios. En ella hallamos la trasmisión del muy primitivo y pre-paulino “credo” de 1 Cor 15… Antes de estas fechas, al igual que los otros apóstoles, esto es lo que iba enseñando en las diversas comunidades de viva voz.

Pablo pudo haber recibido este Credo de 1 Cor 15 en la fecha de su conversión y bautismo (fines del 34 o principios del 35): “Quiero que sepan, hermanos, que el evangelio predicado por mí no es un invento humano, pues no lo he recibido ni aprendido de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gal 1, 12).

La otra datación posible sería cuando, tres años después, Pablo subió a Jerusalén a entrevistarse con Pedro (fines del 37, no después del 38). En el primer caso, estaríamos a un año o año y meses de la muerte y resurrección de Jesús; en el segundo caso, estaríamos a cinco años. En uno y en el otro caso estamos pegados a los hechos. No hay distancias, no hay tiempo para leyendas ni adornos, y multitud de testigos pueden dar fe de lo que dice Pablo. El texto de Pablo de 1 Cor 15, 1 -8.11 es históricamente un testimonio totalmente fiable. (Le dedicaremos un capítulo especial). Además, tenemos su testimonio en las otras Cartas suyas y en los Hechos de los Apóstoles.

Sobre la temprana datación de este “Credo” están de acuerdo lo mismo los estudiosos creyentes que los agnósticos o ateos. Sean Jame Duun o el agnóstico Bart Ehrman, el creyente Joaquín Jeremías o el ateo Gerd Lüdemann o los especialistas Craig Blomberg, William Lane, Gary Habermas, Paul Barnett, o Michel Douglas Goulder, profesor de la universidad de Birminghan, erudito alejado de la fe cristiana, también afirma que este “Credo” “se remonta al menos a lo que le enseñaron a Pablo cuando se convirtió, un par de años después de la crucifixión”.

El testigo Marcos

“La iglesia en Babilonia, que ha sido elegida como ustedes, los saluda, lo mismo que mi hijo Marcos” (1Pt 5,13). — La mayoría de los estudiosos coinciden en asegurarnos que el evangelio de san Marcos es el primero que se escribió. Según la tradición. lo hizo en Roma, a partir de las enseñanzas de Pedro. Papías, probable discípulo del apóstol Juan, nos asegura que Marcos nos dio en su evangelio las enseñanzas de Pedro: “Marcos, que fue intérprete de Pedro, escribió con exactitud todo lo que recordaba, pero no en orden de lo que el Señor dijo e hizo. Porque él no oyó ni siguió personalmente al Señor, sino, como dije, después de Pedro”. Lo mismo afirma san Ireneo de Lyon (130-:202) “Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, nos legó por escrito lo que Pedro había predicado”. También Clemente de Alejandría (150-215) afirma la conexión de Marcos con Pedro: “Muchos de los que allí estaban rogaron a Marcos que pusiera por escrito lo que había predicado el apóstol, pues Marcos había acompañado hacía tiempo a Pedro y conservaba en la memoria sus dichos, y así compuso Marcos el evangelio y lo entregó a los que se lo pedían”. También Justino mártir nos dice que leyó “las memorias de Pedro”, y Tertuliano menciona que el evangelio de Marcos “se dice que es de Pedro, de quien Marcos era intérprete”.
El Evangelio de Marcos por sus explicadas expresiones arameas (de Pedro), y por sus expresiones latinas, nos muestra que lo escribió en Roma (o en algún otro lugar del imperio romano) y lo dedicó fundamentalmente a los paganos convertidos, sin excluir a los crecientes judeocristianos.
Una mayoría de estudiosos o exégetas databan el evangelio de Marcos “a finales de los años 60, o poco antes del año 70”. Los argumentos que ofrecen creo que no aportan razones de una verdadera consistencia.
El evangelio de Marcos parece reflejar la situación anterior a la celebración de Concilio de Jerusalén (año 49-50). Marcos es el único evangelio que menciona repetidamente ((3,6; 8,15; 12,13) las alianzas entre fariseos y herodianos, Pero esto sólo aconteció en el reinado de Herodes Agripa (años 41-43). En el evangelio de Marcos no hay ninguna señal sobre las persecuciones contra los cristianos procedentes de los paganos (año 64), solamente conoce las persecuciones nacidas dentro del judaísmo. Sus imprecisiones sobre la geografía de Galilea son perfectamente razonables en alguien que, por ejemplo, hubiera nacido en Jerusalén y no fuera ni un pudiente ni un comerciante, y le sería más fácil recordar los contenidos de Pedro que no sus alusiones a la geografía. Por otra parte, el hecho de que, en este evangelio, la figura de Pedro quede mal parada, es un argumento más para su dependencia de un Pedro, que no se justificó a sí mismo ni adujo excusas para reivindicarse ante los demás.
El primer defensor de la hipótesis de que Marcos fue escrito sobre los años 40 fue John A.T. Robinson en su libro “Redating the New Testament” , a este le apoyaron estudiosos como John Wenham, Bernard Orchard, Harold Riley, Eta Linnemann, Jean Carmignac, y también Günther Zuntz o Claude Tresmontant. Posteriormente afirmaron
la datación temprana de Marcos autores como William Ramsay, César Vidal, F. Harrison, Gerardo Sánchez Mielgo, ​ Craig L. Blomberg​, Juan Antonio García Muñoz, Everett Harrison, Maurice Casey, Jonathan Bernier, Juan Mateos, William Lane Craig, Fernando Camacho Acosta, y otros más que veremos al tratar del papiro 5 de la séptima cueva de Qumrán, técnicamente codificado como 7Q5.

Nota sobre los descubrimientos de Qumrán

Para los lectores que no estén familiarizados con los manuscritos hallados en Qumrán, bástenos anotar que, en 1947, unos pastores beduinos buscaban una cabra que se les había alejado, a la que le lanzaron una piedra y, por el sonido, les pareció como si la piedra hubiera golpeado o roto alguna vasija que sonaba como si fuera de cerámica.

A partir de ese hecho se fueron descubriendo diversas cuevas donde se encontraban vasijas con muy antiguos y múltiples manuscritos de la Sagrada Escritura y otros sobre la vida, culto y creencias de la comunidad de los Esenios. Desde entonces hasta 1956 fueron encontrados manuscritos en once cuevas en la misma región, vecina del Mar Muerto. Estas vasijas fueron escondidas hacia el año 68 y antes de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén, por parte de las tropas romanas. Los descubrimientos de Qumrán fueron, acaso, los más importantes del siglo XX.

La séptima cueva. Entre todas las cuevas halladas en Qumrán, la séptima es muy especial. Es la única con todos sus documentos en griego, mientras las otras están en hebreo o arameo. Es la única con sólo papiros escritos por un solo lado; en cambio las otras sólo tienen pergaminos. Los papiros estaban en un ánfora marcada con la inscripción “Roma”. Esta cueva fue explorada en el año 1955 y sus resultados generales se dieron a conocer en 1962. En 1972 el papirólogo 0’Callaghan propuso que uno de los papiros de la cueva séptima contenía un texto del evangelio de san Marcos.
El judío Morman Goltb, fallecido en el 2020, fue estudiante en la Universidad Hebrea de Jerusalén, doctorado en la Universidad Johns Hopkins, profesor en la Universidad de Chicago, también en la Universidad de Harvard y en la Tel Avid. En 1995 publicó el libro “¿Quién escribió los rollos del Mar Muerto ?: La búsqueda del secreto de Qumrán”. En esa obra sostiene, contra el común parecer previamente establecido, que las cuevas de Qumrán “sirvieron de depósito de seguridad y refugio no sólo para la comunidad esenia, sino también para otras instituciones y grupos de la Jerusalén de la época de la Guerra de los judíos contra Roma, entre los años 66 y 70”, según lo resume Laureano B. Grande-Caballero. Esto también explicaría los hallazgos encontrados en la cueva 7 de Qumrán, que aquí nos interesa por su relación con el evangelio de san Marcos.

NOTA (El papiro es una clase de papel, inventado por los egipcios, hecho a partir de una planta acuática que se elevaba hasta cinco metros de altura y muy abundante a las orillas del Nilo. Luego fue usado por griegos y romanos y por otros variados pueblos. En cambio, el pergamino está hecho de preparadas pieles de cardero, de terneros o antílopes, etc. Su uso convivió con el del papiro, pero se usaba para documentos más duraderos, y por sus calidades terminó imponiéndose sobre el precario y perecedero papiro). (Este paréntesis puede ir como una nota, abajo en la página)

La “bomba” de O’Callaghan. Estamos hablando acerca del evangelio de san Marcos y su datación. En consecuencia, veremos los datos más importantes referentes a la cuestión propuesta por O’Callaghan sobre el papiro 5 de ya explicada séptima cueva de Qumrán.

Con respecto al autor y jesuita Josep 0’Callaghan Martínez bástenos señalar sus doctorados por la Universidad de Madrid y la de Milán, sus estudios escriturísticos en Roma, sus actividades como profesor y decano de la Universidad Gregoriana de Roma, profesor también del Instituto Bíblico de Roma, especialista en Papirología, fundador de la revista Studia Papirologica, profesor de Crítica textual, director del Seminario Papirológico de Sant Cugat de Barcelona… y autor de múltiples libros. Falleció en Barcelona en diciembre del año 2001.

En 1972 publicó su estudio titulado: «¿Un fragmento del evangelio de san Marcos en el papiro 5 de la cueva 7 de Qumrán?». Allí afirmaba que el papiro 7Q5 contenía un texto del evangelio de san Marcos. Su hipótesis o teoría o positiva propuesta cayó, entre la mayoría de exégetas o comentaristas, como si alguien hubiera lanzado una granada en un campo de pacíficas amapolas. Pues, si su estudiada propuesta fuera segura, esto supondría que el citado texto de Marcos sería de los años 40 a 50. Y a las amapolas esto les parecería poco menos que algo blasfemo, pues contradecía los supuestos dogmas sobre la datación tardía del evangelio de Marcos.

O’Callaghan primero estudió los papiros de la cueva 7 en precisas fotografías de rayos infrarrojos. Después, por consejo de Carlo Maria Martini, también experto en la crítica textual del Nuevo Testamento y en papirología, 0’Callaghan se fue a Jerusalén a estudiarlos en los auténticos papiros, custodiados en esa ciudad. Se trataba principalmente del texto referente a Mc 6, 52-53: “Tenían la mente cerrada, pues no habían entendido el verdadero significado del milagro de los panes. ¡Después de cruzar el lago, llegaron al pueblo de Genesaret y atracaron la barca en la orilla!”.

O’Callaghan había intentado buscar en el A.T. alguna cita que cuadrara con el citado papiro 5 de la séptima cueva, pero no encontró ninguna. Fue entonces cuando se le ocurrió probar con el N.T. y comprobó como sumamente probable que se correspondía con el texto de Mc 6, 52-53. Y decidió, en consecuencia, publicar sus resultados. Pero, lo mismo el qumrólogo Julio Trebolle como otros famosos estudiosos y exéquetas como Kurt Alan, Bruce Metzgert, Joseph Fitzmyer, Geza Vermes, M. Baillet, S. Pickering, É. Puech, M.-É. Boismard, R. Gryson, J. K. Elliott, M.-É. Boismard y Pierre Grelot, y etc., pusieron el grito en el cielo contra la teoría de O’Callaghan, aduciendo sus pruebas y razones.

A fines de 1972, la Universidad de Liverpool en Inglaterra, realizó un cálculo por computadora, contrastando toda la literatura griega antigua conocida; aproximadamente 42 millones de palabras. El resultado afirmaba que el 7Q5 solo coincidía con el citado pasaje de Marcos.

Pasaron diez largos años de críticas y descrédito, de ominoso silencio contra O’Callaghan, pero en 1982 el famoso papirólogo alemán, Carsten Peter Thiede, reconocido por sus estudios sobre los rollos de Qumrán, defendió las tesis de O’Callaghan en el libro “¿El más antiguo manuscrito evangélico?” Thiede dice textualmente: “Conforme a las reglas del trabajo paleográfico y de la crítica textual, resulta cierto que 7Q5 es Marcos, 6: 52s”.

. En 1991 se realizó un Simposio en la Universidad alemana de Eichstätt al que asistieron expertos de variados países, como alemanes, norteamericanos, franceses, belgas, etc. En ese Simposio trataron sobre la tesis de 0’Callaghan. En las Actas que publicaron, la mayoría de los participantes estuvieron en favor de la tesis de 0’Callaghan. Poco después Ferdinand Rohrhirsch publicó un libro también en favor de la identificación de 7Q5 con el texto de Marcos.

Otros especialistas en papirología también han apoyado la tesis de 0’Callaghan, por ejemplo, Orsolina Montevecchi, presidenta de la Asociación Internacional de Papirología. Ella afirmaba en 1994: “Me parece que sería ya tiempo de insertar 7Q5 en la lista oficial de los papiros del Nuevo Testamento”, “Como papiróloga puedo decir que la identificación me parece segura”. También se sumaron, a los apoyos a 0’Callaghan. Marta Sordi, de la Universidad Católica de Milán, Stefano Alberto, miembro del Consejo Nacional de Comunión y Liberación, Ignacio de La Potterie y Luis Alonso Schökel, profesores en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Lo mismo Ernst Harald Riesenfeld, profesor en la Universidad de Uppsala (Suecia) y presidente de la Sociedad de Estudios del Nuevo Testamento, también Herbert Hunger, director de la colección de papiros de la Biblioteca Nacional austríaca y profesor emérito de papirología en la Universidad de Viena. Este último, Herbert Hunger, declaraba: “No soy religioso, soy científico. Y como científico puedo decir que, desde el punto de vista estrictamente papirológico, no hay debate posible: O´Callaghan tiene razón».

En abril de 1992, Carsten P. Thiede llevó el papiro 7Q5, no su fotografía (que era la estudiada por los objetores), al Departamento de Investigaciones de la Sección de Identificación y Ciencia Forense de la policía nacional israelí en Jerusalén. El diagnóstico final de los científicos judíos fue concluyente: la letra en discusión sí es una “n”. De esta forma se derrumbaba una de las más repetidas objeciones contra la identificación del papiro 7Q5 con el texto de Marcos 6, 52-53. Un caso especial es el que representa James H. Charlesworth, que fue Director del Proyecto de los Rollos del Mar Muerto hasta enero del 2019 en el Seminario Teológico de Pricenton. Charlesworth se opuso claramente a la tesis de 0’Callaghan, pero ha ido cambiando su postura, argumentando el largo tiempo de discusión sobre este tema sin que se haya demostrado otra teoría más convincente: ““Por más de 20 años los estudiosos alrededor del mundo no han podido dar otra sugerencia textual conocida y posible para esta de 7Q5 que no sea Marcos”.

En una entrevista -1995- de Germán Mckenzie al Padre O´Callaghan, éste resumía así la cuestión: “Muchos biblistas pueden discrepar y tienen todo el derecho, pero éste no es un asunto de biblistas, sino de papirólogos y los papirólogos apoyan abiertamente mi tesis”. Y añade “pruebo científicamente, desde un punto de vista papirológico, que el 7Q5 es Mc 6,52-53”. “El asunto está decididamente probado y es decididamente seguro, cosa que también me ha dicho, desde el punto de vista de las posibilidades matemáticas, el mismo profesor Dou”.

Como recordábamos, no son pocos de los estudiosos bíblicos que datan a Marcos entre los años 65-70. Y podemos recordar que el profesor Kurt Aland, un muy eminente y reconocido experto en la crítica textual del Nuevo Testamento, intentó un análisis con un programa de la computadora con todos los elementos e ingredientes del papiro 7Q5, y concluyó en contra de lo propuesta de 0’Callaghan. Pero pronto se comprobó que se había equivocado al dar un falso programa a la computadora. En consecuencia, ésta, con un programa equivocado, dio resultados desacertados y claramente inválidos.

La mayoritaria y clara aceptación, por parte de los papirólogos, de la tesis de 0’Callaghan supone una datación de Marcos entre el 45-46 o a lo más tarde en el año 50, a unos pocos años de la crucifixión de Jesús. Y hasta ahora, a pesar del tiempo transcurrido, nadie ha ofrecido alguna otra hipótesis seria que contradiga la estudiada y ofrecida por el papirólogo Josep 0’Callaghan.

En cualquier caso, Lucas conoció y usó el evangelio de san Marcos. Si el evangelio de san Lucas no se puede fechar después del año 60-61, eso también nos llevaría a una datación muy temprana de san Marcos.

El testigo Lucas, “el médico amado” (Col 4, 14)

Hay noticias que sitúan la muerte de Lucas en Patras de Acaya o en Tebas de Beocia. Unas, martirizado; otras, de anciano octogenario. Unas a otras se desautorizan, disputándose las reliquias de san Lucas. Y no pocos autores fechan el evangelio de Lucas entre los años 70 al 80. Pero, si san Lucas fue martirizado el año 64, ¿qué podrán decirnos estos autores que quieren fechar su evangelio hacia los años 70-80?

El incendió de Roma comenzó a las 9 de la noche del 18 al 19 de julio de ese año 64. Y esa persecución de Nerón, estuviera o no relacionada con el citado incendio, es históricamente segura. Los historiadores romanos, tanto Tácito como Suetonio, lo testifican con toda fiabilidad.

El evangelio de Lucas, que conoció y utilizó el evangelio de san Marcos, no puede ser posterior al año 60-61 y el libro de los Hechos de los Apóstoles (que lo dejó inconcluso) es -lo más probable- del año 62-63, pues nada dice del martirio de Santiago, el Justo. llamado “hermano del Señor”, dirigente y columna de la Iglesia madre de Jerusalén, que fue martirizado el año 62 por el sumo sacerdote Ananías.

Así nos lo narra el historiador Flavio Josefo en su libro “Antigüedades judías”. Sucedió la citada lapidación de Santiago después de fallecido el procurador romano Porcio Festo y antes de la llegada de su sucesor Albino. Pero el libro de los Hechos de los Apóstoles no conoce la noticia del martirio de Santiago, una figura preeminente. Esto nos confirma que el libro de Los Hechos de los Apóstoles fue escrito a fines del año 62 o principios del 63. Y su evangelio es anterior. La noticia del martirio de Santiago no pudo tardar mucho tiempo en llegar desde Jerusalén a Roma. Se trataba, no de la copia de una copia de Marcos, sino de una importante y escueta noticia.

Lucas acompaña y atiende a Pablo en el largo cautiverio de dos años en Cesarea Marítima y, desde allí, tiene tiempo y oportunidad para subir a Jerusalén, ir a Galilea, etc. y recoger los testimonios de los primeros y oculares discípulos de Jesús. Es lo que expresa en el breve prólogo de su evangelio. “Querido Teófilo, puesto que muchos han intentado componer la narración de los acontecimientos que han tenido lugar entre nosotros, según nos lo han enseñado los mismos que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra, me ha parecido también a mí, que he investigo todo cuidadosamente desde el principio, hacerte una narración ordenada, para que conozcas el fundamento de las enseñanzas que has recibido de palabra” (Lc 1, 1-4). Es muy significativa, por ejemplo, la fuente mariana de san Lucas.

En el largo y accidentado viaje de Cesarea a Roma, a Pablo lo acompañan Lucas y Aristarco. En el barco viajan, en total, 276 personas. Es a finales del otoño del año 60. Cuando al fin de ese accidentado viaje se van acercando a Roma los reciben cálidamente las diversas comunidades cristianas. Y en la misma Roma son acogidos por la comunidad del lugar. Allí Pablo, como apeló al juicio del César, de momento está protegido, como preso domiciliario, por los soldados de turno que le asigna la judicatura romana. Pero Lucas no está protegido. En consecuencia, cuando estalla la persecución del año 64, Lucas es una de las víctimas.

Tradiciones coptas, etíopes y siríacas conservan el dato de que Lucas fue martirizado en Roma, y lo siguen venerando en el Oriente. Y estas concordes y venerables tradiciones eclesiales son muy significativas. Se supone que esas iglesias orientales nos dan a conocer el dato que ellas recibieron y conservaban.

La primera carta a Timoteo -(1 Tim 5, 18)- cita como sagrada Escritura el evangelio de Lucas 10, 7: “el obrero merece su salario”. Quienes sostienen que esta carta es de autoría paulina, opinan que fue escrita alrededor del año 62, posiblemente desde Roma” o hacia el año 63. Si para entonces ya era citado el evangelio de Lucas, ¿cómo pueden decirnos que el tal evangelio es de los años 70 al 80? Por lo demás, tampoco en Lucas hay la menor mención de la destrucción del Templo o de la guerra sobre Galilea que la terminó Vespasiano en el invierno del año 68.

Hay una posible objeción a partir de lo que expresa 2 Tim, 4, 11 “Solo Lucas está conmigo”. Sobre esta carta (y sobre las llamadas cartas pastorales) existen muchos autores que no las consideran auténticas de san Pablo, debido principalmente a sus temas y a su vocabulario El Codex Vaticanus, por ejemplo, no contiene las cartas a Timoteo, Tito, Filemón. Tampoco estaban en el Canon de Marción. Sin embargo, los argumentos de William Hendriksen en favor de que Pablo es el autor de las pastorales, me parecen muy convincentes. Si 2 Timoteo es auténtica, los autores suelen fecharla no después del año 64. Lógicamente ese año, como otro cualquiera, tenía doce meses en el oficial calendario juliano. Por eso, aún el supuesto de que 2 Timoteo fuera escrita el 64, bien podría haber sido escrita antes de julio de ese mismo año 64, cuando tuvo lugar la persecución de Nerón. Y la situación del Pablo, encarcelado en Roma, puede concordar lógicamente con su arresto domiciliario en el que se hallaba protegido por haber apelado al César.

La muerte de Lucas, el año 64, nos da razón de por qué no nos pudo aportar noticias sobre la persecución de la “inges multitudo” de cristianos, de la “ingente multitud” de la que nos habla el historiador romano Tácito. “Ingente multitud” que fue martirizada por los esbirros del emperador Nerón el año 64. Esa misma afirmación la hace también el historiador romano Suetonio: “Los cristianos, esa clase de hombres llenos de supersticiones nuevas y maliciosas, fueron entregados al suplicio” por orden de Nerón.

También es impensable que este Lucas que nos describe en un gran relato de 68 versículos el martirio de Esteban (Hch 6, 8-15; 7,1-60), y que emplea 60 versículos para narrarnos el viaje de Cesarea Marítima a Roma, no nos diera ningún versículo con la noticia del martirio de Santiago en el año 62, ni nos hablara del caso de los cristianos martirizados el año 64. No lo hizo porque también él fue martirizado ese mismo año.

El libro de los Hechos de los Apóstoles se ocupa principalmente de Pedro y de Pablo. ¿Cómo hubiese sido posible que no nos hubiera dicho nada del martirio de Pedro y de Pablo, si, como dicen los citados estudiosos, el libro de Los Hechos hubiera sido escrito entre los años hacia el año 70 y el 80? Esta tardía datación haría aún más incongruente este silencio de Lucas.

(Entre paréntesis, el autor Thomas Howe analizó los datos geográficos de Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sobre los distintos países, ciudades, islas, puertos de embarque, etc. y no halló ningún error. La misma exactitud muestra Lucas, en 3, 1, cuando habla de Lisanias, tetrarca de Abilene, en tiempos del emperador Tiberio. Los especialistas subrayaban un error en su noticia sobre Lisanias, pues del que había constancia histórica no había sido tetrarca, sino gobernador de Calcis; pero los arqueólogos encontraron una inscripción del tiempo de Tiberio en la cual se nombra a un Lisanias como tetrarca de Abilene. En consecuencia, había dos autoridades con el mismo nombre, y el dato de san Lucas es el históricamente correcto, contra lo que afirmaban no pocos comentaristas). Estos precisos datos del libro de Los Hechos también nos hacen preguntarnos por qué Lucas no nos ofreció precisos datos sobre los últimos años de Pedro y Pablo y sobre los martirizados por Nerón en el año 64.

Es claro que el segundo libro de Lucas -los Hechos de los Apóstoles- queda inconcluso. El periodista, historiador y médico Lucas no tuvo oportunidad de terminarlo. ¿Por qué no lo habría concluido, si Lucas hubiese fallecido de octogenario o lo hubiera escrito hacia el año 80?

Sobre el abrupto e inconcluso final de los Hechos de los Apóstoles se han aducido distintas hipótesis. Por ejemplo, la de Oscar Cullmann, un teólogo protestante de gran corazón ecuménico y de obras sumamente meritorias. Recordemos, a modo de ejemplo, sus libros Cristología del Nuevo Testamento o La salvación como historia. Pero, en el caso del final inconcluso del libro de los Hechos, Cullmann se inventó una hipótesis rocambolesca y conspiranóica. Dice que en Roma se desató una violenta disputa, no entre la animosidad y envidia de los muchos judíos contra los judeocristianos, sino entre distintas facciones de los mismos cristianos. Esto llegó a los oídos de las autoridades y éstas ejecutaron a los opuestos líderes. Y el pobre Lucas, para que esos hechos no fueran recordados, decidió dejar inconcluso su relato de los Hechos de los Apóstoles.

Esto, aunque lo sostenga Cullmann, no deja de ser una simple y tosca novela. ¿También ocultó el martirio de Santiago el Justo, una figura tan prominente, para que no fuera recordado? ¿También ocultó el martirio de Pedro para que no fuera recordado? ¿Y también omitió la noticia de la “ingens multitudo”, de la “ingente multitud” de los demás cristianos martirizados en el año 64, y el posterior martirio de Pablo, para que no fueran recordados?

Lucas no concluyó los Hechos por la sencilla razón de que a él le “concluyeron” la vida en la persecución del año 64 en Roma.

El testigo Mateo.

¿Un pre-Mateo para el primer evangelio que viene en nuestras Biblias? La cuestión surge a partir de lo dicho por un personaje muy discutido, llamado Papías de Hierápolis, nacido en el año 70. Su texto con relación a Mateo nos lo trasmitió Eusebio de Cesarea, y dice: «Mateo ordenó en lengua hebrea las sentencias del Señor y cada uno las interpretó conforme a su capacidad». Raymond E. Brown comenta que “a veces se sugiere que Mateo, el Apóstol, podría haber sido el autor de los dichos (logia) o sentencias de Jesús a que hace referencia Papías, quizá antecedentes del evangelio canónico de Mateo”.

También Claudio Doglio explica la probabilidad de un Mateo previo, en arameo, como texto del apóstol Levi, y como prontuario o esquema para la predicación de los primeros evangelizadores… El Mateo actual sería el posterior desarrollo de ese prontuario, desarrollo hecho por alguien de la escuela de Levi-Mateo.

Haya o no haya sido así, el actual evangelio de Mateo nos dice: “Cuando Jesús salió del templo y se iba, se le acercaron los discípulos para mostrarles las construcciones del templo. Él les dijo: – ¿Ven todo esto? Les aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra. Todo será destruido” (Mt 24, 1-2). Y la destrucción del templo tuvo lugar en el año 70.

Jesús habla del futuro: “Todo será destruido”. Mateo nos trasmite ese dicho sobre el futuro. Y no hay en él ni el más mínimo indicio que sugiera que Mateo hubiera conocido la guerra romana sobre Galilea del año 68 dirigida por Vespasiano o la posterior destrucción del templo en el año 70, anunciada por Jesús. Y para el evangelio de Mateo, tan judío, la destrucción del templo, si la conociera, hubiera sido de suma importancia y, de una u otra forma, nos la habría mencionado. Y no sólo la destrucción del segundo Templo, también la destrucción de Galilea del año 68. El autor tendría parientes, tíos, primos, conocidos de su población, etc. Muchos de ellos habrían sido muertos o apresados y llevados como esclavos. El evangelio de Mateo es escrito por un judío nativo, ¿cómo explicar que no quede en sus textos la más mínima alusión a este hecho de tanta trascendencia para cualquier judío de ese tiempo?

También para Mateo esa destrucción estaba en el futuro, como lo dice Jesús. Según la tradición de San Ireneo de Lyon, el Evangelio de Mateo es contemporáneo a la predicación de Pedro y Pablo en Roma. En cuyo caso sería anterior al año 64. Sea así o sea algo posterior, lo que es claro es que su datación es anterior a la destrucción del Templo.

El especialista Robert H. Gundry, lo mismo que Richard Th. France, a partir de Mt 23,16-22, en que se habla de “jurar por el Templo”, también argumentan en favor de la datación del evangelio de Mateo antes del año de la destrucción del Templo en el año 70. No tendría sentido “jurar por el Templo”, si éste ya no existía, sostienen estos autores.

Otros analistas se han inventado el “post eventum” para decir que la profecía de Jesús, sobre la destrucción del templo, fue escrita después de sucedida la citada destrucción. (Ya no sería profecía y sería una invención mentirosa de los evangelistas). Pero esto del “post eventum” es una hipótesis de estos autores que se citan unos a otros, y estos a los anteriores, pero donde ninguno ha probado que su invención del “post eventum” tenga bases sólidas. Es novela. No es historia. Estos autores le prohíben a Jesús hacer esa profecía, y nos dicen que los evangelistas, que nos trasmiten esa noticia sobre el futuro, son unos mentirosos y farsantes.

En resumen, el evangelio según san Mateo es anterior al año 70, año de la destrucción del Templo y del país por parte del ejército romano. Podemos datarlo, como muy tarde, en el año 69. Es decir, una persona que a la muerte y resurrección de Jesús tuviera 20 ó 22 años, para el año 69 tendría, más o menos, de 53 a 57 años, (despendiendo de la datación de la muerte de Jesús).

El testigo Juan.

El evangelio de san Juan se desarrolla como un proceso judicial contra Jesús y de Jesús contra el mundo por no haber recibió al que es la Luz (Jn 1, 10-11), y todo para ofrecerse, no “para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvado por él” (Jn 3, 17).

Hasta hace poco tiempo, la mayoría de los autores databan el evangelio según san Juan entre el año 80 y el año 100, o más tarde. Por ejemplo, Francis J. Moloney nos dice que el evangelio de san Juan se escribió a finales el siglo primero. Sin embargo, un creciente número de especialistas han cuestionado esa tan tardía datación. Por ejemplo John Arthur T. Robinson, E. R. Goodenough, Charles H. Dodd, Robert M. Grant, Leon Morris, Percival Gardner-Smith, Julius Mantey. Por su parte, Joachim Jeremías y W. F. Albright corroboran desde la arqueología que Juan describe la Jerusalén anterior ,de ser arrasada en el año 70.

Por lo demás, muchos estudiosos resaltan la autoría o íntima conexión con el apóstol san Juan. Así lo testificaron, también, san Irineo, que citaba a san Policarpo, el cual había sido discípulo del apóstol Juan: “Juan, discípulo del Señor, también dio a conocer su evangelio, mientras vivía en Éfeso”. De hecho, Ireneo de Lyon nos dice que «Clemente había visto personalmente a los apóstoles y escuchaba con sus propios oídos la predicación de ellos». Y Clemente de Roma (martirizado hacia el año 96) utiliza el vocabulario y el pensamiento del evangelio de Juan.También afirma Justino mártir (+165) que el apóstol Juan fue el autor del cuarto evangelio. Lo mismo hicieron Clemente de Alejandría (+ 215) o el Canon de Muratori (ca 150). En la antigüedad no hay ninguna prueba sobre el llamado “Juan, el presbítero” como posible autor del cuarto evangelio.

Como lo resume el muy reconocido especialista en san Juan, Raymond E. Brown, después de analizar a los antiguos y a los diversos tratadistas modernos: “podemos decir que la única tradición antigua acerca del autor del Cuarto Evangelio en cuyo favor pueda admitirse un conjunto estimable de pruebas es la que tiene por autor del evangelio a Juan, hijo del Zebedeo… la tradición de Ireneo dista mucho de haber sido invalidada”. Los mismo nos asegura Donald A. Carson: “Deberíamos tornar una mucho más respetuosa y cuidadosa escucha de los Padres de los tres o cuatro primeros siglos. Al decir esto quiero incluir, no solo la vasta colección de evidencias del siglo segundo (…) que demuestra que Juan era mucho más conocido y mucho más ampliamente utilizado de lo que muchos de nosotros sospechamos, sino también la evidencia más específica respecto de su autoría del cuarto evangelio.

Ciertamente el término “autor” no impide que el apóstol Juan tuviera ayudantes que pusieran por escrito su testimonio. Ybes-Marie Blnchard nos dice que “el Discípulo Amado es sin duda el autor cabal que reivindica el narrador, por lo tanto, mucho más que un redactor en el sentido literario del término”. De alguna manera parecida, aunque distinta, como Marcos puso por escrito el testimonio de san Pedro

En un vertedero de Al-Fayum, en el desierto del Egipto Medio, se encontró un papiro (el P52) que contiene unos versículos del evangelio de san Juan (18, 31-33, y 37-38). La fecha de este papiro fue datada, por los especialistas, a principios del siglo segundo, hacia el año 120. Si para esas fechas ya había llegado a Egipto y no sería la copia original, sino copia de copia de copia- podemos retrotraer algunos años la datación de este papiro del evangelio de san Juan. (Este papiro se halla en la John Rylands Librery, en Manchester, Inglaterra).

Por lo demás, tampoco en este evangelio hay ninguna alusión a la guerra de Vespasiano sobre Galilea, ni a la de destrucción del Templo del año 70 por las legiones romanas al mando de Tito, cosa sumamente extraña en un evangelio escrito o inspirado por un nativo de Galilea. Como lo razonábamos antes, no podemos olvidar que Juan, como los otros evangelistas judíos, tendría aún familiares: tíos, primos, sobrinos, etc., que serían asesinados o llevados como esclavos por los romanos. ¿Cómo no iba a afectarle, no sólo la destrucción del Templo, sino también la destrucción de sus familias? ¿Por qué no aparece ni la más mínima alusión a esta inmensa catástrofe para su país y muy probablemente para algunos de sus propios familiares?

Los exactos datos geográficos de este evangelio nos muestran un conocimiento minucioso de la Jerusalén anterior a su destrucción. Además, el evangelio de Juan no dice “había”, sino “hay”, al hablarnos de Bethesda en Jn 5, 2: “hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Bethesda, el cual tiene cinco pórticos…”. Este lugar fue destruido en el año 70. ¿Cómo podría decir Juan que existe aún –“hay”-, si el cuarto evangelio se hubiera escrito después de esa fecha?

La mayoría de los especialistas negaron la historicidad de la existencia del citado estanque de cinco pórticos, llamado Bethesda, y lo consideraban como un relato simbólico del evangelista, cuyos místicos significados había que averiguar. Pero el arqueólogo alemán, Conrad Schick, descubrió un gran estanque situado a unos 30 metros al noroeste de la iglesia de Santa Ana, después claramente identificado como el estanque de Bethesda, incluidos sus cinco pórticos. Allí, según Jn 5, 2-9, Jesús curó al hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús le dijo: “Toma tu camilla y anda, y, en el instante, el hombre tomó su camilla y comenzó a andar”.

El estanque de Siloé (Juan 9), que fue descubierto en el 2005, también encaja con la descripción que hace el cuarto evangelio del lugar donde el hombre ciego se lavó, y fue sanado.

Por otra parte, si el evangelio de san Juan se hubiera escrito tan tardíamente, ¿cómo explicar que no hubiera conocido los evangelios sinópticos? Hay, además, otros datos internos en el texto evangélico, que apuntan en la misma dirección. El especialista en san Juan, Raymond E Brown, nos asegura que “la tradición histórica, subyacente al evangelio (de Juan) ya estaba formada antes del año 70”. Al mismo tiempo afirma que “hemos de admitir que en Juan no hallamos dato alguno que nos obligue a aceptar una fecha anterior al año 70 para la puesta por escrito definitiva de este evangelio”. Podemos apuntar, como más probable, que este evangelio también fue escrito, en su primera edición, antes del año 70. Estamos muy cercanos a los hechos y estamos oyendo el testimonio de un discípulo directo de Jesús.

Las tradiciones sobre las enseñanzas de Buda fueron escritas seis siglos después de la muerte de Buda. Las primeras biografías de Alejando Magno se escribieron unos de 400 años después de su muerte. Apolonio de Tiana vivió en el siglo primero, pero su novelada biografía la escribió Filóstrato más de siglo y medio después. Mahoma muere el año 632. Los relatos biográficos sobre Mahoma se basan en las tradiciones copiladas por Ibn Ishak a mediados del siglo octavo y corregidas y ampliadas por Ibn Hisan a comienzos del siglo noveno.

Sírvanos estos datos para comparar los tempranos textos del Nuevo Testamento con los tardíos y cuestionables o legendarios datos sobre Buda, Alejandro Magno, Apolonio de Tiana o Mahoma, personajes históricos relevantes, o fundadores de imperios o de religiones.

Los mejores intérpretes.

En las páginas anteriores, en el Credo trasmitido por san Pablo o en las que tratan sobre los evangelios de Marcos, Lucas, Mateo o Juan, han salido citados y nombrados muchos estudiosos, exégetas o especialistas. Sin embargo, los mejores intérpretes de los evangelios fueron los santos. Por ejemplo, Perpetua y Felícitas, Ignacio de Antioquía, Mónica de Hipona, Hildergarda von Bingen, Domingo de Guzmán, Francisco de Asís, Catalina de Siena, Juana de Arco, Tomás Moro, Ignacio de Loyola, Jun de la Cruz, Teresa de Ávila, Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, Mary Ward, Rosa de Lima, Juan Ma. Vianney, Juan Bosco, Teresita de Lisieux, Edith Stein, Faustina Kowalska, Teresa de Calcuta, y tantas y tantos otros, o los mártires de estos mismos años, o los jovencísimos José Luis Sánchez del Río y Carlos Acutis. “Yo te bendigo, Padres, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Lc 10, 21-22).

Los evangelios, ¿son historias fiables?

Acabamos de hablar del testimonio de los evangelios y de su datación históricamente más confiable. Pero, ¿podemos afirmar también que los evangelios constituyen un género histórico globalmente confiable?

La pregunta surge a causa de la resurrección de Jesús. Si Jesús no hubiera resucitado, nadie se haría esa pregunta. Nadie hubiera cuestionado la historia de la vida y de la muerte de Jesús de Nazaret. Habrían cuestionado alguno de sus signos prodigiosos, que si el agua y el vino de Caná, que si la multiplicación de los panes, que si la niña de Jairo en realidad no estaba muerta, sino en estado de catalepsia, o si este endemoniado era o no un epiléptico, o si calmó el mar o simplemente cambiaron de repente los vientos y se produjo una gran bonanza, etc.

Por lo demás, la pregunta sobre si los evangelios son historia fiable, presupone la cuestión sobre qué entendemos por historia. ¿Se entendía por historia lo mismo en el siglo primero que en el siglo actual? Por ejemplo, el historiador romano Tácito escribió la vida del cónsul Julio Agripa hacia el año 98 d.C. ¿Usó Tácito los métodos que hoy usará un historiador de la vida Winston Churchill? Evidentemente no. ¿Significa eso que el libro de Tácito no pertenece al género histórico? Todos admiten que la obra de Tácito es histórica y es globalmente fiable. Así sucede también con los evangelios.

Por P. Honorio López Alfonso, CM.

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