La migración es una realidad que ha acompañado a la humanidad desde tiempos antiguos. Es más, tendríamos que decir que la humanidad nace en un ambiente de movilidad; baste con recordar los inicios de los primeros grupos nómadas de humanos, gracias los cual fue posible la expansión de la raza humana.
En la Tradición bíblica, encontramos numerosas historias que muestran cómo el movimiento de personas en busca de refugio, libertad o sustento es una parte esencial de la experiencia humana. Estas historias, permeada por la experiencia de lo Divino, nos invitan a reflexionar sobre la manera en que nos acercamos a la migración de la humanidad.
La migración a la luz de la experiencia bíblica no solamente se trata de movimientos físicos, si no que está empapada por la realidad de la fe, la experiencia de libertad, la hospitalidad, la solidaridad, etc.; en pocas palabras, tenemos que decir que la realidad de la migración está enmarcada por la experiencia misma de la historia de la salvación.
Abraham: Un Llamado a Migrar con Fe.
Uno de los primeros relatos bíblicos sobre la migración se encuentra en Génesis 12:1-4. Dios llama a Abram (más tarde Abraham) a dejar su tierra y su parentela para dirigirse a una tierra que Él le mostraría. Este pasaje resalta la obediencia y la fe que exige migrar. Abraham no sabía exactamente a dónde iba, pero confió en la promesa divina de bendición y protección.
La experiencia de Abraham nos recuerda que la migración implica dejar atrás lo conocido y confiar en que Dios proveerá en lo desconocido. También nos desafía a reconocer que los migrantes, como Abraham, a menudo enfrentan incertidumbre y riesgos, pero llevan consigo una esperanza y un propósito de vida.
Sin lugar a duda, la fe es un elemento esencial en la realidad de la migración. La fe entendida como bendición y protección de Dios. ¿Qué sería de la migración, sin la certeza de que Dios acompaña la historia de cada ser humano? Definitivamente haría mucho más complicado y difícil el camino de los migrantes. A cada paso que dan, descubren como la compañía de Dios se hace presente. En medio de la adversidad aparece como luz en las tinieblas. Como lo expresará de una manera acertada el Papa Francisco en el título de su última carta con motivo de la jornada mundial del refugiado y migrante: Dios camina con su pueblo.
El Éxodo: Libertad y Refugio
El libro del Éxodo narra la migración masiva del pueblo de Israel desde Egipto hacia la tierra prometida. Bajo la guía de Moisés, los israelitas huyen de la esclavitud y emprenden un viaje de liberación.
¿Por qué un migrante dejaría su tierra si no es por motivos de libertad, de búsqueda de la tierra prometida? ¿Qué buscan? Un lugar donde no haya guerra, donde no haya hambre, donde no se violente lo humano; en pocas palabras, donde se pueda vivir con dignidad. Si los migrantes tuvieran condiciones dignas, muy probablemente no tendrían motivo para moverse y enfrentarse a la incertidumbre de dejar su tierra, su familia. Sus pasos se encaminan hacia la tierra prometida, confiando en la guía de Dios. dejan su tierra porque llegaran a una “Tierra Prometida”. Confían que más allá hay una tierra donde se puede vivir dignidad, una tierra que mana leche y miel, como lo describen los relatos bíblicos.
Del mismo modo que el éxodo del pueblo de Israel implicó los retos del desierto y el aprendizaje; del mismo modo el camino de la migración implica sin duda alguna, los retos del desierto: el hambre, la soledad, el miedo, la violencia…; sin embargo, la promesa de la una tierra prometida sostiene el caminar de todas esas familias que han salido de su tierra, dejando detrás de sí parte de su vida.
Jesús: Un Niño Migrante
En el Nuevo Testamento, encontramos a Jesús y su familia como refugiados. En Mateo 2:13-15, José, María y el niño Jesús huyen a Egipto para escapar de la persecución de Herodes. Este episodio muestra cómo incluso el Hijo de Dios experimentó la realidad de ser desplazado. La migración de Jesús con sus padres nos invita a ver el rostro de Cristo en cada persona migrante, especialmente en los más vulnerables, como los niños.
A veces nos gusta pensar en la familia de Jesús de una manera muy romántica. Creemos que por ser la familia de Jesús estaban exentos de dificultades; sin embargo, este relato del Evangelio nos habla de lo cotidiano y lo humano de la familia de Jesús. Son parte de una realidad histórica de violencia y por tanto no están excluidos de vivir las mismas penurias de cualquier familia de la época de Jesús.
No podemos romantizar la vida de Jesús pensando que todo lo tenía resuelto. La encarnación de Jesús, como lo expresa la carta a los hebreos: “Semejante a nosotros en todo, menos en el pecado”. (Heb 4,15), es la realidad palpable de que Jesús tuvo que vivir su ser Hijo de Dios, como verdadero ser humano. Si creemos que Jesús es verdadero Hombre, como lo afirmamos en el credo de la Iglesia, debemos creer entonces que Jesús ha vivido en plenitud la condición humana. Nace en una realidad histórica concreta y, por su puesto, enfrenta las dificultades propias de esa realidad en la que nace y crece: violencia, persecución, hambre, desplazamiento, etc. Se ve obligado a dejar su tierra para proteger su vida. La pobreza económica de la familia de Nazaret se unirá a la tragedia del pueblo y a su propio destino de migración, el exilio. Se hace completamente solidario con lo humano para dignificarnos, para enriquecernos con su divinidad. En el seno de un mundo convulso, se revela siempre la presencia del mesías, para algunos como amenaza, para otros como germen de esperanza.
La Migración Hoy: Un Llamado a la Solidaridad
En Éxodo 22:21, Dios instruye a los israelitas: “No maltrates ni oprimas al extranjero, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto.”
Este mandato resalta la empatía y la responsabilidad hacia los migrantes, basada en la experiencia compartida de vulnerabilidad. Dios exige a su pueblo que trate a los extranjeros con justicia y compasión, recordándoles su propia historia de migración y opresión.
La migración continúa siendo un tema urgente en el mundo actual. Millones de personas se ven obligadas a abandonar sus hogares debido a la guerra, la pobreza, el cambio climático o la persecución. La Biblia nos insta a responder con amor y justicia. Hebreos 13:2 nos recuerda: “No se olviden de practicar la hospitalidad, porque gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.”
Esta invitación a la hospitalidad implica un compromiso activo para acoger y ayudar a quienes buscan un lugar seguro. No somos dueños del mundo, como a veces lo creemos, somos parte de una casa común, una casa que es de todos y para todos.
Reflexión Final
La Biblia no solo documenta la experiencia de la migración, sino que también ofrece una visión ética y espiritual sobre cómo debemos relacionarnos con los migrantes. Nos llama a ser compasivos, hospitalarios y conscientes de nuestra responsabilidad hacia quienes enfrentan desafíos por haber dejado atrás su hogar.
Hoy más que nunca, las historias bíblicas sobre la migración nos desafían a actuar con justicia, amor y empatía, reconociendo que todos somos peregrinos en este mundo y que, en última instancia, nuestra verdadera ciudadanía está en el cielo (Filipenses 3:20).
Por P. Héctor Jiménez Vázquez, CSsR Misionero Redentorista
